Los niños también deben tener responsabilidades. No podemos olvidar que la felicidad también depende de la sensación de competencia, de ser valorados por lo que somos y lo que podemos hacer.
Educar desde bien temprano en esta competencia a los más pequeños, les ayudará sin duda a mejorar su autoestima y a ir ganando en madurez en esa compleja aventura que es la vida.
Ahora bien, si hay algo que debemos admitir sobre este aprendizaje es que requiere tiempo y hábiles esfuerzos por nuestra parte. En ocasiones, como bien sabemos, nos es mucho más fácil llevar a cabo nosotros mismos todas las responsabilidades del hogar. Acabamos antes y el resultado es mejor. También porque evitamos discusiones y cada cual invierte tiempo en lo suyo; los niños jugando y los adultos en sus mundos de adultos.
Asumir esta última perspectiva trae serios efectos colaterales. La primera es evidente: llegará un día en que esos niños alcancen la madurez y no sepan asumir las responsabilidades propias de su edad.
Porque la responsabilidad va más allá de hacerse la cama, ayudar a poner la mesa o sacar a pasear a nuestro perro. La persona responsable es aquella que sabe reaccionar ante las adversidades cotidianas, grandes o pequeñas. Es también alguien que tiene iniciativa, que aprende de sus errores, que sabe diferenciar entre lo mío y lo tuyo, que entiende que alcanzar ciertas metas requiere esfuerzo y que si se llevan a cabo por uno mismo, la satisfacción es inmensa.
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